05 noviembre 2014

TÚ DECIDES DONDE IR



 Un naufragio en alta mar puede arruinarte el día.



Algo que he aprendido con la madurez es que las personas tendemos a preocuparnos en exceso por asuntos banales. Y por los importantes ya ni les digo. Pero la clave está en nosotros y solo con la retrospectiva que dan los años podemos asimilar cuánto tiempo perdimos en divagar sobre incertidumbres y miedos en lugar de centrarnos en nosotros mismos y en nuestro potencial.



Como dice la frase que encabeza el presente artículo, un naufragio (algunas traducciones del griego escriben “colisión” o "acccidente"), puede realmente chafarte el día. Pero no debemos inferir de ahí que nos arruine la vida entera, colegir que estamos acabados es cosa nuestra. Este es el sentido, irónico y aleccionador al tiempo, que el autor clásico viene a transmitir con esta frase: los inconvenientes son solo eso, obstáculos que superar y no debemos otorgarles mayores efectos de los que alcanzan por sí mismos.

 No hay que dar demasiada importancia a las cosas de gran importancia.
Miyamoto Musahi, samurai japonés

Es por esto que, al cumplirse ahora dos años desde que comencé mi proceso de cambio interior con ayuda del coaching, vengo a poner por escrito, para quien quiera leerme, pero sobre todo para mí mismo, la pequeña historia de este cambio.

Todo empezó con un  despido, una mañana de septiembre. La verdad es que un despido también puede arruinarte el día. Los jefes que tanto me adularon y que tanto confiaron en mi durante años, me dijeron que podía irme a casa. Con viento fresco. Que la empresa se estaba yendo al carajo, así que ya hablaríamos de cobrar mi indemnización y las dos mensualidades que me debían. Querían significar amablemente con esto que no iba a ver un duro, claro.

Cuando salí por las puertas de la que había sido mi oficina, me llevaba solo lo puesto. Un despido siempre es traumático, pero cuando te llevas la indemnización correspondiente a un buen salario de 10 años de antigüedad, todo parece algo más liviano. Yo no tenía esa suerte. Con lo cual, al drama del despido en sí, se añadía el de la ruina económica total de mi hogar. Llega el momento de ser valiente, me dije con un nudo en la garganta.

Si volviera a vivir, correría más riesgos, haría más viajes, contemplaría más atardeceres y subiría más montañas, nadaría más ríos. Iría a más lugares a donde nunca he ido, comería más helados y menos habas y tendría más problemas reales y menos imaginarios. Jorge Luis Borges.


Afortunadamente, no estaba solo. Unos padres cariñosos y unos hermanos cercanos hicieron de mi duelo algo más llevadero. Con todo, no habría salido adelante sin un buen consejo. Fue mi hermano quien me recomendó visitar a una buena amiga, psicóloga y coach, que quizá pudiera ayudarme. No sin mis dudas, decidí dar el paso al frente y hacer esa primera visita. En aquellos tiempos, no habría sabido describir qué era el coaching. Aun así, confiando en la que siempre había mirado como amiga y esposa de un buen amigo, comencé el proceso un 13 de noviembre de 2012, mes y medio después de mi salida de la empresa.

Y aquello catapultó mi proceso de cambio. 

Comencé a conocerme a mi mismo. Los ejercicios y charlas con mi coach me obligaron a responderme a la clase de preguntas importantes que todos esquivamos normalmente. Tuve que poner por escrito aquellas creencias y percepciones que, como mucho, balbuceamos a veces con vagas palabras. La realidad de mi historia profesional había modificado mi auto concepto en una retroalimentación perniciosa. No había elegido los estudios que me gustaban en la juventud, con lo cual mi YO se adaptó a aquellos que finalmente elegí, influenciado por el entorno y las circunstancias económicas. Mi trabajo de directivo especializado en finanzas me había llegado a convertir en un hombre gris, numérico y calculador. Había olvidado que era un amante de las Humanidades y que mi espíritu creativo estaba muy desarrollado. Entonces fui asimilando que no estaba indefenso ante el mundo profesional, porque en mi interior almacenaba muchos recursos hasta entonces dormidos. 

Durante el proceso establecí, orientado por mi coach, una serie de metas en el orden de la empleabilidad y el emprendimiento. Es en este último ámbito, donde mas justamente puede medirse la efectividad de estas sesiones. Junto con mi coach, me comprometí a poner en juego todas mis competencias de cara a tener listo en 31 de marzo de 2013 un Plan de Negocio para emprender. La realidad superó al objetivo pues dicho Plan estaba ya listo en 31 de enero…junto con otros tres Planes de Negocio adicionales. 

El primer día de primavera de 2013 me sorprendió constituyendo mi primera empresa. A este proyecto siguieron otros dos durante 2013 y 2014, en una fiebre emprendedora de la que antes no me veía capaz. Abandoné mi victimismo y aprendí a identificar en otros los comportamientos tóxicos y venenosos. Adquirí las habilidades necesarias para despojarme de las excusas. El optimismo y la adaptabilidad se convirtieron en mis máximas. 

Por otra parte, mi proceso de coaching me animó a aumentar mi visibilidad e interacción social, algo que solemos descuidar cuando nos apoltronamos en un puesto de trabajo, que por rutinario y tedioso que sea, nos garantiza llegar a fin de mes. Facebook, Twitter y LinkedIn dejaron de tener secretos para mi. Aprendí los arcanos misterios del diseño web y me habitué al networking dentro y fuera de la red.

Con admiración constaté cómo mi felicidad no guardaba ninguna relación con el monto de mi cuenta corriente, es más, ambas variables podían evolucionar de forma completamente inversa. Cuando comprobé tal cosa, comprendí que estaba en el camino correcto. 

Hoy, dos años después, puedo dar testimonio de cuáles son los beneficios del coaching en el camino de la empleabilidad y el emprendimiento. Pero también en el de la felicidad y desarrollo personal.

Sin embargo, antes que Sofía, mi coach, otro coach ya me había enseñado todo esto. Pero yo lo había olvidado. En 1980, un hombre joven me enseñaba a montar en bicicleta en un campo de Alcalá de Guadaira:

Mira siempre al frente, observa el camino a lo lejos y así no te caerás. Ten la vista puesta allá donde quieres llegar. Aunque tu miedo te impulse a hacerlo, no bajes la vista a los pedales o te centres en el manillar, esas cosas no son lo importante. Y si te caes vuelve a subirte. Gobierna la bici con firmeza, ella debe obedecerte a ti y no al revés.
Tú decides donde ir.

Mi padre tenía razón. Los padres siempre la tienen.



Un naufragio en alta mar puede arruinarte el día
Tucídides
Historiador ateniense