04 junio 2014

ILUMINADA DEL CIELO



BEATRIZ.-…. Pero, por favor, perdóneme vuestra gracia. He nacido para estar siempre risueña y no hablar en serio.
DON PEDRO.-Vuestro silencio es lo que más me ofende, y la alegría, lo que mejor os sienta, pues, no cabe duda, debisteis de nacer en una hora alegre del día.
BEATRIZ.-No, por cierto, señor, que mi madre gritaba; pero había a la vez una estrella que bailaba, y yo nací bajo su influjo. ¡Dios os conceda alegría primos!

William Shakespeare
Mucho Ruido y Pocas Nueces
Acto II, Escena I



Una estrella alegre bailaba aquella fría madrugada de enero de 1943. Mientras limpiaba su fusil de precisión, Vasili pensaba que no la había visto antes. Que quizá fuera una señal de que la alegría volvería al mundo tras tantos años de infierno. Lo que quedaba del VI Ejército Alemán se preparaba para rendirse al Ejército Rojo a orillas del Volga: la Segunda Guerra Mundial cambiaba de signo definitivamente.

A miles de kilómetros de Stalingrado, en Sevilla, en el Cuartel de la Guardia Civil de Eritaña, aquella misma fría mañana venía al mundo el segundo de los hijos de Luis y María, que resultó ser niña y a la que llamaron Iluminada.  Alguna revelación inusual debió tener María para elegir aquel nombre, único en sus familias e igual de raro que hoy en día.

Risueña y despierta desde que vino al mundo, Iluminada perdió pronto a su padre y, como hija del cuerpo, su madre la envió a estudiar a Valdemoro, Madrid, en el Colegio Marqués de Vallejo, para huérfanas de guardias civiles. Aquel colegio databa de 1885 y hasta 340 huérfanas de todas partes de España aprendían cada curso los estudios básicos de manos de las Hijas de la Caridad. Mal llevó la joven Iluminada la disciplina, seriedad e hipocresía propias de las monjas de posguerra, quedando sus travesuras castigadas con severos cortes de pelo, con tanta frecuencia que la pequeña Iluminada se acostumbró a no llevar melena nunca más.
Los hermanos Moreno

En sus vacaciones en Sevilla comenzó a hablarle a un chavalillo de la Alameda. Aprendiz de dependiente en un comercio de la calle Burro, se conocieron, como tantos, en una boda, la que ligó al tío de él con la tía de ella. La unión de Juan y Lucía marcaría el destino de Iluminada, que desde entonces no conoció más amistad masculina que la de este tal Paco, a la sazón primo político, flaco y fogueado del fútbol y la vida castiza de aquellos callejones entre Alberto Lista y San Lorenzo.

Tras su regreso definitivo de Madrid, de aquella amistad surgió un noviazgo de salas de cine y paseos en Vespa, desde la tienda de Doña María, despacho de comestibles y otros artículos que ocupaba casi todo el tiempo de la bella jovencita del barrio de Santa Teresa. La relación corrió paralela a la amistad del flaco con el hermano de Iluminada, José Antonio, cuya altura siempre contrastó con la de Iluminada, de una talla más que modesta. Finalmente, el flaco de la calle Feria la llevó al altar de la recién estrenada Basílica del Gran Poder, la gran devoción de sus suegros, Fernando y Eulalia. La feliz pareja alquiló un pisito en la calle Arrayán, entre Omnium Sanctorum y Santa Marina. Allí tuvieron a sus tres hijos, Francisco Javier, Ignacio Luis y David Fernando, nacido éste último poco antes de mudar su residencia a los entonces modernísimos pisos del Polígono Norte de Sevilla. De allí partieron sus tres hijos camino del matrimonio y la
Iluminada y el flaco
independencia. Tres varones que dejaron a Iluminada con las ganas de tener una niña, pero que al cabo le proporcionaron dos nietas además de dos nietos, colmándola de felicidad.

Hablar de su carácter era como nombrar el carácter de una campanilla o unos cascabeles andaluces. Aunque poco dada al baile y las artes plásticas, su alegría contagiosa y afición por los chistes y chanzas, hacían de su compañía el más feliz de los ratos del día. Su cercanía suponía recarga de energías positivas y radiación solar de buenos sentimientos. Los psicólogos llaman a este tipo de personas, ángeles. Son escasos. Pero si tenemos la suerte de encontrar a uno en nuestro camino, contamos con la oportunidad de acudir a ellos a recargar optimismo y fuerzas cuando los necesitemos.

Era difícil permanecer serio mucho tiempo a su lado,  llegando a avergonzar a su marido con un chiste en la ocasión más inesperada. Si era verde mejor. Sus ojos eran el reflejo de su alma y su rostro se diría creado para sonreír.

Lumi, como la conocían sus amigos, superó sus enfermedades con temple de Maestranza y heroico buen humor. Primero, cuando una peritonitis la llevó al quirófano de urgencias. El dolor de su vientre con cada bache que pillaba la Vespa alertó a su marido y el precoz diagnóstico permitió una curación más que complicada. Después, en 1994, sorprendió a todos, cuando le diagnosticaron cáncer de mama. Otra vez al quirófano y mastectomía al canto, que los protocolos de quimios y radios aún no habían sido asumidos por la ciencia médica tal como hoy. La psicóloga del SAS solo la visitó una vez en su domicilio, primera y última terapia psicológica, toda vez que al despedirse, la facultativa iba llorando de risa de tanto chiste escuchado, de labios de una mujer que aún tenía puesto el drenaje en su cicatriz. No hubo recuperación psicológica, porque nunca perdió su buen humor. Curación plena y total de su cáncer, sin tratamientos posteriores.

Su bondad de hija llevó su dedicación hasta límites que hoy no comprenderíamos, cuidando a su madre anciana, encamada e impedida durante 8 años y medio. En su propia casa y a costa de su tiempo y trabajos. Paciencia que también hay que atribuir a un marido que supo entender en su compañera, aquello de cuidar a los padres de una forma tan literal y hoy “pasada de moda”.


Hasta siempre labios que me besaron,
hasta siempre brazos que me acunaron.
Como un manantial de agua clara, que corre entre árboles e inunda la tierra en su camino, de ella bebieron docenas, cientos de amigos, vecinos y familiares que la conocieron y la trataron. Apasionada de los animales, tenía una amplia cultura zoológica y una sensibilidad especial para el género gatuno. Le gustaba madrugar y comenzar pronto, por lo que nunca perdonaba la siesta en condiciones, de aquellas que Cela llamaba “de pijama, Padrenuestro y orinal”. La vida le devolvió la sonrisa con un marido dedicado, unos hijos cercanos y varios nietos. Sus nueras certifican que mejor suegra no hubo: ella siempre entendió la relación del modo más constructivo e integrador.

Y ahora, en los ojos de sus nietos, los “4 tesoros” de Lumi, que ella siempre adoró por encima de todo: Javier su mayor, los mellizos Alicia y Alejandro y su pequeña Paula, seguirá brillando la luz de Iluminada. 

Porque el 28 de mayo del año 14, ella se apagó en este mundo. Brillante hasta el final, solo se extinguió su claridad cuando su gran corazón decidió dar su último latido, cansado de tanto luchar y dar amor durante 71 años. Como se desvanece una nota de música en el aire, como se desvanece el alba en el día, así se desvaneció ella de la vida, en una muerte dulce y pacífica, dejando en el mundo su eco para la eternidad.

Tengo 43 años. Mi nombre es Francisco Javier. Y soy tu hijo, Iluminada. 

Salve.

Lo que hacemos en la vida, tiene su eco en la eternidad
Maximo Decimo Meridio