28 abril 2013

LAS DECISIONES DE NAPOLEON



¡Ah, ya son míos esos británicos!


En varias ocasiones hemos hablado de los líderes de la Historia como el mejor tipo de ejemplo para nuestra educación como directivos y empresarios. Quiero no obstante aquí destacar que dichos personajes no fueron la perfección personificada, que su vida y obras no supusieron el acierto constante sino una lógica sucesión de éxitos y fracasos. Que su brillo en la Historia se atribuye con frecuencia a una inacabable sucesión de felices decisiones pero que en realidad ninguno de ellos rozó siquiera la perfección. Y que por tanto y afortunadamente, podemos aprender de ellos una doble lección: la de su genialidad y la de sus miserias. Ambas facetas coexisten en el genio como en cualquier persona. Y nuestra misión como dignos aprendices es la de obtener las mejores conclusiones de sus aciertos y de sus errores, reconociéndoles como personas corrientes como nosotros. El valor del error como fuente de conocimiento e inspiración se suele subestimar a la hora de la formación.

Propongo aquí como ejemplo paradigmático a Napoleón Bonaparte. Sobre todo, porque la mayoría de la literatura sobre el mismo se dedica a glosar su vida y milagros de manera sistemática, perdiendo a veces de vista el lado más oscuro de los errores de este gigante, de los que podemos aprender tanto o más como de sus aciertos. 
Idilica visión de Napoleón cruzando
los Alpes hacia su campaña de Italia

 Napoleón fue un gran reformador y un líder carismático. Nacido francés en una provincia periférica y recién anexionada como Córcega, su familia ni siquiera procedía de Francia sino de Italia, siendo bautizado por sus padres con el nombre de Napoleone Buonaparte. Hecho a sí mismo, se colgó sus galones a base de estudio, dedicación y valor, ganándose una meteórica carrera en el ejército y una bien merecida fama durante los años de la Revolución, como sus destacadas acciones durante el sitio de Tolón por parte de España e Inglaterra, entonces aliadas.

Vino a poner orden en el caos que sucedió a la Revolución y terminó con los bandazos políticos y la ingobernabilidad que habían traído la Asamblea, la Convención y el Directorio. Su Consulado y luego su Imperio aportaron a Francia la tranquilidad que necesitaba tras una década de convulsiones políticas y sociales. Reformó y modernizó el sistema legislativo con la codificación de leyes que perduran hasta nuestros días. También reorganizó el Ejército, descabezado tras las purgas revolucionarias, aplicando en el mismo los principios de competencia e igualdad de oportunidades predicados por el nuevo régimen, lo cual dotó a la Grand Armee de una joven, preparada y motivada cadena de mando. Los nuevos sistemas fiscales y de aduanas permitieron un saneamiento de las finanzas públicas, el comercio floreció antes del bloqueo y París se convirtió en la ciudad más importante y poblada de Europa. Tuvo el buen juicio de no despreciar todo lo que heredó, costumbre de malos líderes anteriores y posteriores. Por ejemplo, aprovechó el servicio militar obligatorio implantado por Robespierre o el sufragio universal. También supo ganarse a un tiempo a facciones disidentes entre sí, convirtiendo su figura en el punto de convergencia de republicanos, católicos y realistas, hasta el punto de ser capaz de desplazar a un rey Borbón como quién aparta a una mosca, con su inesperado regreso de Elba y su Imperio de los Cien Días.

El joven Capitán de Artillería Bonaparte


En definitiva, Napoleón fue un hombre excepcional, hecho a sí mismo desde la nada. Fue el hombre del momento, que tuvo el liderazgo y habilidad suficientes para elevarse sobre la mediocridad imperante. Supo rodearse de personal competente y esto le atrajo la suerte en aquellos momentos en que la necesitó. A todos ellos supo motivarles y premiarles justamente según su competencia, lo que le granjeó  lealtades inquebrantables. Y su fuerza, su inagotable energía y determinación hicieron que su nombre retumbara en la historia de Francia y del mundo por encima de los que le acabaron venciendo en el campo de batalla. Y esto dice mucho.

Pero no es oro todo lo que reluce. Si he elegido a Napoleón para mi análisis es porque desde siempre me ha llamado la atención sus recurrentes y garrafales errores y no menos la indulgencia o la ceguera de biógrafos  e historiadores a la hora de pasar de puntillas sobre ellos cuando no al sencillamente ignorarlos. Parece ser que el brillo del nombre de Napoleón es tan grande que con frecuencia los analistas se dejan deslumbrar por él a la hora de interpretar sus acciones sobre el campo de batalla, razonando inexplicables errores con alguna excusa que los justifique o disculpe adecuadamente.

La historiografía oficial califica a Napoleón como genio militar. Sin embargo es en esta materia donde más errores cometió, tanto en el aspecto táctico como en el estratégico. Veamos.

Errores estratégicos: a grandes males, grandes remedios.

·        ¿Fue una genialidad estratégica lanzar la excesivamente cara y agotadora  campaña de 1812 contra Rusia? Para entonces ya se sabía que Rusia tenía una extensión territorial inmensa, con unas fronteras que nunca habían sido asaltadas desde las guerras con los polacos. Su desatino estratégico le llevó a reunir a más de 200.000 hombres para desplegarlos en un escenario de operaciones excesivamente largo en el tiempo y el espacio. Se vio obligado a repartirlos en una línea de suministros demasiado alargada y vulnerable que partía de Prusia y llegó hasta Moscú. Y no comprendió que, a efectos estratégicos, una derrota táctica supone la victoria. El Zar Alejandro sí que lo entendió perfectamente y no empeñó su ejército en defender Moscú, para desesperación de Napoleón.

Solo 58.000 sobrevivieron a la retirada de Rusia en 1812


Los defensores de Napoleón argumentan que Rusia estaba preparando una invasión de Prusia y Baviera, y que Napoleón debía adelantarse para ganarle la mano a Alejandro. Dicen que la frágil y costosamente ganada alianza de Prusia podía cambiar de color si Rusia se movilizaba contra Francia. Esto podía ser cierto, pero no sirve de excusa, habida cuenta de lo inabarcable del objetivo, sobre todo si tenemos en cuenta que Napoleón estaba acostumbrado a hacer picadillo a ejércitos rusos deambulando por Europa. Una adecuada preparación defensiva y vigilancia en Prusia podría haber resultado mucho más económica y efectiva.

Ni que decir tiene que la conformación del ejército de invasión se hizo a costa de retirar muchas tropas de otros escenarios sensibles como España, donde los aliados lanzaron la campaña de 1812 que conllevó a la victoria de los Arapiles o Salamanca, abriendo las puertas de Madrid y la victoria final.


Aquella maldita guerra de España.

·        ¿Qué de acertado fue convertir en mayo de 1808 a un aliado como España en un enemigo que le desangró lentamente? Que no fue una buena idea se demostró pronto, ya que en julio de ese mismo año, el ejército español mandado por Castaños y Reading machacó al ejército francés de Dupont en  Bailen. Tan grande fue el desastre que José Bonaparte recoge los bártulos y abandona Madrid donde no le había dado tiempo ni a calentar el asiento, obligando a su hermano Napoleón a venir en persona y a invertir aquí muchos más recursos de los que imaginaba. España pasó de ser un sumiso vecino a ser un fiero enemigo y la puerta trasera de Francia. Un escenario en el que tuvo que afrontar la alianza de los ejércitos inglés, portugués y español hasta la aplastante y humillante derrota francesa de Vitoria. Napoleón describió en sus memorias a esta guerra peninsular como la úlcera española, lo cual teniendo en cuenta que su úlcera de estómago (natural o propiciada por arsénico) era lo que más padecimientos físicos le dispensó al final de su vida, podemos medir cómo de arrepentido se sintió de aquella decisión.

·        ¿Fue un acierto estratégico arruinar la economía de Francia y sacrificar a dos generaciones de jóvenes en interminables y sangrientas guerras? Para cuando la campaña final de 1815 estaba a punto de comenzar, gran parte de las nuevas levas de Napoleón estaban compuestas de jóvenes bisoños y sin experiencia, que no fueron la mejor opción para las acciones de Quatre Bras, Ligny, Wavre y Waterloo, como demostró la ligereza que tuvieron muchos regimientos para darse la vuelta y correr. Tras la derrota en los campos belgas, la industria y el comercio estaban abandonados y Francia quedó sumida en una crisis económica que la apartó del escenario europeo a favor de Inglaterra y Austria durante todo el primer tercio del siglo XIX.

·        ¿Fue acaso su desprecio hacia la marina de guerra una estrategia inteligente? En este aspecto Napoleón, como artillero de carrera, siempre se quejó amargamente de que un navío de línea contara con más cañones que cualquiera de sus ejércitos y de que requerían unos recursos económicos que estaban mejor empleados en tierra (por él, claro). Además nunca llegó a entender del mar, sufriendo ataques de ira cuando algún almirante cuestionaba sus órdenes de mover su flota de A hasta B en el tiempo asignado. Nunca llegó a comprender que en el mar las órdenes siempre tenían un “depende” en función de los vientos y los azares náuticos. No tuvo interés por conservar el imperio colonial francés y después de la batalla de Abukir, donde Nelson le hundió la flota que llevó su ejército a Egipto, perdió toda confianza en la gente de mar. Por último, tampoco echó demasiado en falta su escuadra perdida en Trafalgar (junto con la española), casi respirando aliviado al poder movilizar por fin a su querido ejército acantonado en Boulogne con destino a la exitosa campaña de finales de 1805, en las que derrota a todo bicho viviente en Ulm, Viena y Austerlitz. Sin embargo, este menosprecio por la marina le traería a la larga nefastas consecuencias, al permitir a Gran Bretaña establecer el bloqueo de su comercio además de facilitarle desembarcar sus ejércitos en Portugal para atacarle primero en España y posteriormente en Bélgica en la campaña de 1815.
  

Errores tácticos: muchos pocos hacen un mucho.

Es cierto que Napoleón era capaz de realizar maniobras tácticas sorprendentes, que sus ejércitos marchaban a la velocidad del rayo y que manejaba el engaño como un maestro. Por estas cualidades era conocido y temido. Su maniobra en Austerlitz se enseña todavía en las escuelas militares como ejemplo de astucia y acierto militar. Mucho criticó la prensa inglesa a Lord Wellintong  por fijar una gran cantidad de tropas en Hal para fortalecer su flanco derecho temiendo un movimiento francés de esta clase en la jornada de Waterloo. Movimiento que nunca llegó por ese sector. Y nunca llegó porque a Napoleón la maniobra que más le gustaba, la que le ponía de verdad, era el ataque frontal directo, es decir, ninguna maniobra en absoluto. La misma maniobra que cualquiera sin entendimiento militar llevaría a cabo. ¡De frente, ar!. Más o menos.
La maniobra frontal en Waterloo

·        El ejemplo mas palmario es desde luego Waterloo, donde Napoleón ataca de frente a los británicos que ocupaban una posición defensiva de libro, sobre una suave colina, con el suelo empapado por la lluvia y con tres granjas al comienzo de la pendiente que habían convertido en bastiones. Nada mas desaconsejable para atacar a un general como Wellintong que  era famoso por ganar luchando a la defensiva. Pues aquí tenemos a Napoleón ordenando el ataque frontal a las granjas, donde desde luego se estrellaron sus regimientos. Ordenando una extemporánea e inútil carga de caballería donde sus escuadrones se estrellaron con los disciplinados cuadros británicos. Situando a su artillería para disparar a un ejército inglés que permaneció casi todo el tiempo a cubierto tras la colina. Parece ser que Napoleón había faltado a clase el día que explicaron estas cosas ni había leído que los suelos embarrados siempre favorecen al defensor, como sucedió en Azincourt.




Posteriormente Napoleón se excusó diciendo que él no había ordenado la carga de caballería y es posible que así fuera, a la luz de los indicios. Pero aunque así fuera, su responsabilidad en la derrota está fuera de toda duda por lo inadecuado del planteamiento táctico de la jornada. La prisa razonable que podría tener en neutralizar a los británicos antes de que recibieran refuerzos de los prusianos no es más que una excusa barata para tapar un error con otro error, pues si los prusianos llegaron al campo de batalla con tiempo de resultar decisivos fue por los errores previos de Napoleón al localizarlos y destruirlos.

·        Pero también realizó ataques frontales con anterioridad aunque no le llevaran a una derrota. Como por ejemplo en Borodino durante la campaña de Rusia, donde avanzó frontalmente sin más sobre una sólida posición que los rusos se habían llevado fortificando una semana. Esta batalla pasa por ser una de las mas sangrientas de las Guerras Napoleónicas. Las estimaciones elevan las bajas francesas a 40.000, lo cual supone un 20% (¡¡) de su ejército de invasión, algo completamente inaceptable.
 
Visión artística de Napoleón en Borodino
Como siempre la disculpa del historiador llega oportunamente. Cuentan que aquel día Napoleón no dirigió la batalla pues padecía fiebres reumáticas, quedando la dirección a cargo de sus mariscales, principalmente Murat. Que Murat era un mendrugo lo sabe todo el mundo, y de estar al mando habría hecho lo que mismo que su Emperador. De todas formas, Napoleón acostumbraba a abroncar furiosamente a cualquier subordinado que metiera la pata, como hizo con Ney tras Quatre Bras acusándole de haber traído la ruina a Francia por dejar escapar a los británicos. Sin embargo, tras Borodino ningún mariscal sufrió reprimenda alguna, lo cual nos indica que Napoleón en persona dirigió las operaciones aquel día. Tampoco ninguna supuesta enfermedad era razón suficiente para apartar a Napoleón de la dirección de una batalla importante: todo el mundo sabe que en Waterloo padecía una dolorosa cistitis y que los dolores de estómago le impedían descansar con normalidad casi siempre.

·       Otra ocasión en la que Napoleón ganó una batalla atacando a lo burro fue Somosierra, en 1808. Tras derrotar a un ejército español en el norte, los franceses acometían el último bastión defensivo nacional antes de Madrid. Las fuerzas españolas, comandadas por el general Benito San Juan, habían establecido una posición prácticamente inexpugnable en el camino de ascenso al puerto y a la salida de un puente que era necesario atravesar si quería forzarse el paso. Como siempre, durante toda la mañana los franceses trataron de avanzar por el puente y el empinado camino, ofreciendo un blanco excelente a la bien servida artillería española. Tras toda una mañana jugando a hacer carne picada con las columnas francesas, las baterías españolas fueron finalmente tomadas por una carga de los jinetes polacos al servicio de Napoleón, en una acción tan suicida como afortunada. Todo ello a un coste tremendo en vidas humanas, cuando posiblemente, con un poco de paciencia, la posición española podría haber sido flanqueada de aplicar la presión suficiente en los sitios adecuados.
Carga de los polacos en Somosierra

Como vemos, los  errores militares de Napoleón no son solo evidentes en las derrotas sino también en las victorias, algunas de las cuales se debieron a un inesperado golpe de suerte. Napoleón se preocupaba por la suerte. Siempre la consideró un factor decisivo. Se consideraba a sí mismo como un general con suerte. Tanto es así que cuando le proponían alguna nueva promoción a general siempre hacía la misma pregunta sobre el candidato ¿y… tiene suerte?

·      La suerte le salvó en Marengo (1800) donde una oportunísima explosión de un carro de munición enemigo junto con la sorpresiva carga de caballería dirigida por Kellerman sobre el flanco de un vencedor ejército austriaco que marchaba en columna convirtió una derrota certificada en una victoria aplastante sobre una sorprendida infantería que no paró de correr hasta Viena.
·        Y como vimos más arriba la suerte le salvó en Somosierra donde la valiente carga por parte del Tercer Escuadrón del Regimiento de Caballería Ligera Polaca de la División de Caballería de Lasalle, desbarató la posición de las baterías españolas que habían causado muchas bajas francesas gracias al nefasto planteamiento táctico de Napoleón. 


La peor decisión: divide y perderás, Waterloo 1815

Napoleón se presentó en Waterloo sin un tercio de su ejército. ¿Por qué dividió sus fuerzas? Veamos.
 
Sir Arthur Wellesley
I Duque de Wellintong
Tras desbaratar a los prusianos el 16 de junio en Ligny, Napoleón no envía a Grouchy (que tampoco era rápido) con unos 30.000 hombres en  persecución de Von Blücher hasta 24 horas después, primer retraso fatal que permite a los prusianos poner tierra de por medio y les da tiempo para reorganizarse. Cuando lo hace, le dirige hacia el Este temiendo que el enemigo se reagrupe a su retaguardia y no hacia el Norte, que era donde verdaderamente habían ido los prusianos para mantener las posibilidades de unirse a los británicos. Esto hizo que Napoleón dividiera sus fuerzas abrumadoramente en un esfuerzo inútil. ¿Por qué desprenderse de 1/3 de sus hombres cuando no contaba con información sobre la ubicación en el mapa de uno de sus enemigos? Para localizar a los prusianos habría sobrado con destacar una brigada de caballería en un abanico de cobertura de 90º. Napoleón sufrió uno de sus típicos errores de percepción: no buscaba localizarlos, buscaba aniquilarlos pues en su mente ya los tenía localizados hacia el Este, corriendo hacia Berlín, donde precisamente no estaban.

Como todos sabemos, llegada la tarde del día 18, los prusianos se presentaron en Waterloo para desmoralización de los franceses, cuyo emperador deambulaba gritando ¿Dónde está Grouchy?
  


Aprendamos lecciones de las buenas y malas decisiones. Y no olvidemos nunca que el error en una mala decisión no debería abocarnos siempre a un desastre de irremediables consecuencias. En la mayoría de las ocasiones, una mala decisión nos situará en una situación difícil pero que de entrada cuenta con una ventaja sobre la anterior: ya sabemos en qué fallamos. Y al cabo estaremos ante un nuevo escenario y una nueva decisión que tomar.

Y para terminar sepamos que los errores no son patrimonio nuestro y que pueden cometerse por cualquiera. Tengamos en cuenta la enseñanza que Napoleón nos dio en Austerlitz mientras observaba con su catalejo a los rusos bajar de la colina de Pratzen: Nunca interrumpas al enemigo cuando está cometiendo un error.

Que tengan buena semana.


¡Ah, ya son míos esos británicos!

Napoleón al saber que los británicos se detenían para luchar en Waterloo.




Dedicado al artillero Enrique García Rivero, abril 2013


Artículo patrocinado por LA CASA DEL RECREADOR. Material de reconstrucción histórica.
 








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